viernes, 8 de septiembre de 2017

It (Eso), de Stephen King


Y entonces George vio cómo la cara del payaso se convertía en algo tan horripilante que lo peor que había imaginado sobre la cosa del sótano parecía un dulce sueño

Una risa perdida en la lejanía. Un grito de ayuda enturbiado y enmudecido por las gotas de lluvia que se estampan como un suicida en el cristal de las ventanas. El reflejo de una basura al atardecer, que preconizará una unión trascendental contra el peor de los horrores imaginables. ¿El peor o los peores? Quién sabe. Ahí lo encontraréis, reptando entre la abulia, el realismo excesivo y la inocencia perdida; su destino no es otro que saciarse, llenar su estómago de sangre y músculo y pervertir todo cuanto es blanco, virgen y destinado a la eternidad.

Stephen King publicó su obra maestra en 1986, tras numerosos éxitos así como ciertos descalabros que habían contribuido a perfilar la imagen de un escritor pop, un fenómeno de masas de calidad cuestionable; no pocos puristas se frotaban las manos ante cada lanzamiento, puesto que se abría la veda y se daba el tiro de salida a un vale tudo de tinta y papel capaz de hacer salivar al más reservado de los críticos. Jugar al tiro al blanco con el señor de Maine era ya por entonces una constante, un placer sádico normalizado; se movía en el género del terror, era leído por decenas de miles de personas de toda condición y además sus bolsillos debían de estar rebosantes de millones de dólares entre los best-seller y la venta de derechos que derivaron en películas tan exitosas, que no acertadas, como Carrie (1976) o El resplandor (1980).

Pero pasó que, con It, King no solo se reafirmó en su manera de entender el terror sino que dio un paso adelante pariendo la que ha sido su obra más rica, más compleja y más trascendental. Un golpe sobre la mesa, de autoridad, pero con cierto recochineo; el de quien se sabe vencedor, de quien se debe a sus maestros (Machen, Lovecraft, Bloch) y ha tomado lo mejor de ellos. Por supuesto, quien quiera criticarla lo hará sin ambages y tampoco cabe duda de que no puede ser del gusto de todos. Pero hay una diferencia más que notable entre quien critica con ojo y de manera constructiva y quien lo hace condicionado por factores extra-literarios. Remarcar esto es importante, transcurridos más de treinta años desde la publicación de la novela, porque el tiempo no solamente la ha puesto en su sitio sino que apenas le ha hecho mella el paso de los años; es una lectura ajena a modas, atemporal y capaz de atrapar a lectores de las generaciones más variopintas a pesar de la ambientación y la cantidad de referencias específicas de las distintas épocas que abarca, para muchos lejanas e irreconocibles. Y aun así, el poder de atracción sigue ahí, con una narrativa dotada de una fuerza centrífuga que desde los primeros capítulos sigue siendo capaz de arrastrarnos al ojo de la pesadilla.    
Y es que It es un viaje, se mire por donde se mire. Una obra de cerca de 1500 páginas tiene que serlo; tiene que atrapar, coger al lector por el gaznate y arrastrarlo quiera o no al mundo que alberga en su interior; como Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, por ejemplo. E It, repito, sin duda es un viaje. Un viaje al miedo, sí, pero también una escapada a un mundo que bien podría ser real, donde se mezcla indistintamente lo bueno y lo malo, la esperanza y el desasosiego; un refugio, incluso, para el lector que desea abstraerse de verdad, aunque sea trasladándose a una ciudad cuya podredumbre asoma entre los resquicios de su superficie. Hay algo en esas páginas, sobre todo al principio, que logra asentarse en la imaginación del lector. Cuál fue mi sorpresa al leerlo por primera vez en diez años al recordar todas las localizaciones y las escenas tal y como las imaginé en aquel entonces tan lejano, en que yo mismo era completamente diferente. Pero las imágenes, a pesar de haberlas capturado una sola vez, se habían generado y afianzado con tanta fuerza en mi memoria que aquella relectura fue como regresar a esa ciudad, ese pueblo, ese lugar familiar que hace años que no se pisa; y entonces los recuerdos afloran, y se sienten intensos, verdaderos, vivos. La capacidad de inmersión es absoluta, siempre y cuando se quiera entrar en el juego, y esto acaba convirtiendo la novela en una candidata ideal a la hora de leerla más de una vez (algo que en mi caso, lo digo con mucha sinceridad, no suele darse casi nunca).

Así, más temprano que tarde, el lector hará migas con personajes inolvidables; porque todos hemos sido aquel raro, aquel gordo, aquel empollón, aquel listillo o aquel mequetrefe. A poco que hayamos fallado en la dura tarea de encajar en un escenario hostil, encontraremos un hueco entre los Perdedores; un hueco que, a pesar del horror presente, nunca dejará de sentirse cálido, sincero y real. Con eso, el bueno de King se desmarca de tópicos modernos del género, ofreciendo un elenco de personalidades complejas, creíbles y que brillan con luz propia. Un tartamudo, un obeso, una maltratada, un judío, un enfermizo, un negro y un hiperactivo incapaz de morderse la lengua aunque le cueste la vida. Y no, no es un elenco à la Benetton basado en el "porque sí", como cabría esperar en nuestros días, en que los criterios de selección y creación de personajes parecen estar condicionados a obligaciones pseudoideológicas, clichés o supeditados a la absurda necesidad de superar tests de inclusión. La buena literatura no tiene como objetivo contentar a todo el mundo, y no hay nada de malo en que sea incómoda. Aquí todos y cada uno de ellos son conscientes de sus defectos, problemas o bien los dolores de muelas que se ven obligados a experimentar a raíz de su condición, pero saben reírse de ello. Aquí no hay victimismo ni lecciones de moral, ni moralinas disfrazadas de proclamas ideológicas y desconcertantes trasuntos movidos únicamente por el deseo de alimentar el ego. Aquí todos y cada uno de los personajes tienen algo que ofrecer, y King sabe explotar la variedad de sus raíces, complejos o naturalezas para que cada uno no se convierta en un hatajo de tópicos sino en alguien real, demostrando que en esto de la literatura el señor es poco menos que un genio. Y así, uno puede sentirse fácilmente identificado con Beverly y su brutal vida familiar, o con la lucha de Mike en su necesidad de imponerse frente a quienes lo consideran poco menos que un primate por su origen afroamericano; da igual que no seas mujer, ni negro, ni que necesariamente encajes o no con alguno de los rasgos de los protagonistas, porque los miedos de la infancia y los temores de la edad adulta suelen ser siempre los mismos. Los retratos son reales, esquivan cualquier arquetipo y devienen la gran fortaleza de la novela; un baluarte, el bastión de la pureza, el presente y el futuro, la esperanza.

Y luego está la oscuridad. El mal, el rojo de la sangre, el olor de hojas podridas y de agua turbia. Pennywise, la bestia que ha logrado que una obra maestra de múltiples tramas como It sea conocida alrededor del mundo como "el libro del payaso"; y, ciertamente, no le falta razón a este apelativo risible y de andar por casa. Toca leerlo para estar de acuerdo o no con esta afirmación. Y aun así, el mal que pulula en Derry sabe jugar muchas cartas, no siempre previsibles y sí furtivas, siniestras, tenebrosas. Difícil es que, tras leer esta novela, no sintamos cierta tirantez en los paseos bajo la lluvia, que no nos detengamos en objetos mundanos y veamos en ellos algo más, la posibilidad de que alberguen un horror indescriptible. La tapa de una alcantarilla, una casa vieja al otro lado de una valla oxidada, el agujero en una tabla de madera que tapia una propiedad en ruinas, los cristales sucios de un negocio abandonado, una feria a rebosar de gente, con sus luces estridentes, su música chabacana y, por qué no, sus payasos haciendo muecas mientras regalan globos con formas de animales; todo adquiere un significado distinto tras It, y es algo que uno acaba aceptando porque la experiencia ha merecido la pena. Los defectos están ahí, por supuesto, como el ritmo tan caótico como soporífero del tramo final, las sosas versiones adultas de los protagonistas y ciertos personajes y situaciones que podrían haber dando un poco más de sí; y no, no incluyo la escena innombrable. King sigue siendo King, escriba una obra trascendental en su biografía o bien una porquería que la manche irremediablemente, y esto implica ciertos detalles, ciertos ramalazos, ciertos dejes merecedores de una boca torcida, un ceño fruncido (que debe ser el gesto más genérico y sobreutilizado en la literatura de masas) o, sencillamente, las ganas de cerrar el libro y dejarlo a un lado por un rato. Mientras haya luz, habrá sombras.  

Porque el corazón de esta historia de tantos colores y matices es, en el fondo, la eterna lucha entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal; en definitiva, el enfrentamiento entre dos nociones arcanas, antitéticas y quizá destinado a no terminar jamás. En It, a pesar de la sangre, las extremidades seccionadas, las pesadillas y las escenas escabrosas, siempre hay lugar para la esperanza; esto no es El cazador de sueños, esa suerte de "hermana espiritual" en que toda luz se esfuma y no es el vitalismo quién toma el volante, sino una inercia adulta, depresiva y desconcertante. A pesar de todo, el humor hace su aparición de vez en cuando aunque jamás rompiendo ni siquiera afectando el tono oscuro de la novela; a pesar de todo, uno sabe que aquellos chavales fueron vencedores y que lo que pase con sus contrapartidas adultas es lo de menos, porque el fuego no está en aquellos individuos acomodados, desarraigados y desmemoriados sino en unos niños que, aun con el corazón en un puño, deciden enfrentarse a sus peores miedos. A priori, todo se reduce al caso de unos brutales asesinatos, el miedo más tangible y el temor a la muerte; más adelante, It despliega las alas hasta convertirse en algo que está por encima, la historia de un conflicto eterno, el miedo más abstracto y variopinto y la lucha por la supervivencia.  

Toda una oda a la infancia y a la madurez anquilosada: del azul del cielo al negro de la nada.

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