lunes, 12 de junio de 2017

Hideout, de Masasumi Kakizaki


"Lo enterraré todo y volveré a empezar"

Del amor al odio. Del deseo al hartazgo. De la paciencia al desbordamiento. Quien espera desespera, decía Leopardi. Son muchas las cosas, los detalles, los guiños que se atisban en un contenido aparentemente tan sencillo, tan visto, tan manido en sus recursos. Pero eso deja de importar cuando, pese a todo, la huella que deja es profunda. Una cicatriz con historia, unas palabras pronunciadas al tuntún que devienen un mantra inolvidable a pesar de los años.

Hideout (Masasumi Kakizaki, 2010) es una obra de terror que se desenvuelve con comodidad en unos parámetros muy clásicos del género; ni es original en exceso ni mucho menos sorprendente, porque estamos muy familiarizados con aquello que propone; tampoco juega en la liga del terror oriental, pese a su origen, sino que responde más bien a los estándares occidentales. Un personaje con un pasado oscuro, un bosque espeso, una gruta aparecida de la nada, un ser vomitivo a la expectativa y con serios visos de llevarse el gato al agua, sangre, desmembramientos. Es la inocencia y la ignorancia contra lo maléfico y la perversión; nada que ganar, desde luego. Sin embargo, la apuesta de Kakizaki queda clara desde el principio y sin ambages, por lo que uno entiende que no pretende escurrir el bulto ni darnos gato por liebre: la premisa es cristalina, o lo tomamos o lo dejamos. 

Una vez aceptado el reto, toca descender. Y cuando parece que hemos tocado fondo entre arranques de locura, seres infernales y violencia desatada, nos damos cuenta de que aún no tocamos el suelo. Que aún queda más por sufrir y que, como ya advirtió cierto poeta, el lugar más profundo del Infierno no quema, hiela. En Hideout el hielo quema más que el propio fuego, el que arde en las grutas laberínticas, los muñones gangrenados y el olor a sangre y fluidos hediondos. Precisamente, jugando con una dualidad intrigante, es cuando la oscuridad se disipa y la acción se traslada a la extraña calidez de la gran ciudad cuando peor nos hace sentir. Ahí entran en juego los personajes de verdad, no las caricaturas que luego sufrirán lo indecible, distorsionados y transformados en un monstruo más. No se trata de un drama blanco y relativista. A Seiichi, nuestro protagonista, lo descubrimos como un pobre desgraciado pisoteado y tratado injustamente por un error... ¿suyo, de verdad? Que cada uno decida lo que quiera. Es ahí donde Kakizaki se luce, en las relaciones entre los personajes, en intuir que hubo luz (esa mirada de Miki en el hospital, los momentos en familia) antes de que todo se torciese y también en otorgar una cierta complejidad a los individuos a base de pinceladas a priori superficiales y que pueden no convencer demasiado a algunos lectores. El autor no nos da nada masticado, algo que siempre es bueno, pero tampoco queda claro si es un recurso deliberado o un efecto secundario de la linealidad de la historia y el planteamiento.


Las comparaciones con los maestros del género son inevitables, y más viniendo de alguien que se ha pasado horas y horas leyendo a Junji Ito y compañía hasta la madrugada. En parte me gustaría decir que Hideout toma como referencia a los mejores... pero no, no lo hace. Y quizá sea esta su mejor baza. Junji Ito son palabras mayores, desde luego, y sus historias son mucho más retorcidas y sorprendentes aunque a veces las situaciones se le vayan de las manos (el Kurozu-Cho madmaxero del final de Uzumaki cuesta de olvidar). Aquí estamos ante algo distinto. Si los acontecimientos se agarran a lo sangriento y a lo decadente, su representación del horror también. Aquí no encontraremos transformaciones imposibles ni personajes surrealistas, pero aun así la incomodidad y la repulsa están ahí, solo que enfocados desde un punto de vista más visceral. 

El dibujo es excelso, virtuoso, sin duda lo mejor de todo; los juegos de luces y (sobre todo) sombras impactan desde el principio y las composiciones son de sobresaliente. Tirando de sinceridad, no pocas veces salva el dibujo un resultado que, de sustentarse sólo en el guión, quedaría a medias. Hideout acaba pecando de previsible, y aun así es difícil no devorarlo, avanzar página tras página movido por la curiosidad. Pero el problema es siempre el mismo: no hubiese estado de más una mayor profundización en ciertos personajes de quienes no acabaremos sabiendo nada. Imaginar es estimulante y gratificante, sí, pero hay veces en que un producto debe ofrecer algo más o corre el peligro de no colmar las expectativas generadas por una premisa. A una historia como esta le sienta como un guante la simbología, los pequeños detalles, la capacidad de mover al lector a indagar entre líneas.

Sigo pensando que la marca que deja es profunda (que no trascendental) y más cuando uno juega a identificarse con los protagonistas y se siente partícipe de su desamparo, de su dolor y de la crudeza de los acontecimientos que transforman sus vidas para siempre. O que, visto de otra manera, desatan lo peor que hay en ellos, el mal latente en todos y cada uno de nosotros. Queramos o no, en ciertas edades, dejada atrás la adolescencia y en plena edad maldita, hay cosas que tocan mucho más la fibra.

En definitiva, que lo más fácil sería criticar esta obra por lo poco que innova, por no decir nada nuevo y por caer de una manera bastante ruda en los tópicos del slasher. Todo eso es verdad, para qué nos vamos a engañar. Pero siendo el dibujo tan excepcional, es imposible no sentir curiosidad por la obra de Kakizaki, y ahí están BestiariusGreen Blood o Rainbow para seguir explorando este brutal estilo. ¿Y Hideout? Pues una lectura rápida, adictiva y, de ser un poco empático, capaz de sacar a flote sentimientos incómodos. Más que suficiente para unos, algo insuficiente para otros. Una obra más que correcta, pero que le falta algo más de empuje, algo más de atrevimiento, algo más de mala leche para ser redonda.

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