viernes, 3 de marzo de 2017

El bazar de los malos sueños (III): Batman and Robin Have an Altercation



Siempre he estado convencido de que el mayor mérito de un escritor, lo que lo hace verdaderamente bueno, es lograr que todo aquello que moldea sea creíble, cautivador. Que los lugares que describa uno pueda respirarlos, olerlos, y que sus personajes los sintamos tan cerca como si fuesen reales, individuos de carne y hueso que están ahí, a nuestro lado, sea para bien o para mal. Será un gaje del oficio (o mejor dicho, de la afición), pero detesto los personajes de cartón piedra, algo que quizá debamos achacar a las pocas tablas o a la abulia de algunos escritores. Y Stephen King no solo tiene muchas tablas sino que parece que se deje la vida pariendo hombres, mujeres, niños e incluso seres de ultratumba que si no sentimos respirar junto a nosotros es porque es físicamente imposible. Pero en el fondo, sabemos que lo hacen.

Batman and Robin Have an Altercation es una historia que no lleva a ningún sitio, que carece de una conclusión clara, precisamente porque el peso no recae sobre el argumento ni sobre su desarrollo sino sobre nada más que la pareja protagonista. Que no, no son Batman y Robin, pero casi. Tras Premium Harmony volvemos a estar ante un relato de corte costumbrista, en que lo más interesante son los personajes, en este caso un anciano con Alzheimer y su hijo, un hombre que sobrepasa ya los sesenta y que se las ve y se las desea para no sentirse superado por la situación. Con el más absoluto respeto pero sin dejar de ser mordaz, King clava la enfermedad del primero y da a luz a una genial relación entre ambos. Hay lugar para los momentos en que la lagrimilla cae inevitablemente, sí, pero el propósito no parece ser un mero sentimentalismo sino evidenciar la fuerza de los momentos de lucidez llevada extremo, con una hipérbole en los últimos compases que es imposible que no nos cale hondo. En caso de que conviváis o hayáis convivido con alguien afectado por el Alzheimer probablemente no solo lo entenderéis sino que os sentiréis más que familiarizados con las situaciones que con mucho tiento pone sobre la mesa.

Todo esto me conduce a una reflexión, y es que aunque a King se lo juzgue siempre desde el prisma de lo terrorífico, me pregunto en qué quedarían sus historias sin su habilidad a la hora de perfilar personajes de toda condición, de insuflarles vida con resultados pasmosos. De hecho, en los relatos en que ha descuidado ese apartado (La balsa o El mono podrían ser buenos ejemplos) lo que nos queda entre manos son historias de terror resultonas, con escenas que sí, quizá pongan los pelos de punta, pero en las que se echa de menos una mayor profundidad. Quizá de ahí mi recelo inicial hacia este libro, que me ha acabado demostrando que aquello no fue más que un prejuicio fruto de la casualidad.

Dice el autor, en el prólogo, que de todos los relatos compilados, "los mejores tienen dientes". En realidad, aunque no sea mi intención contradecirlo, me atrevería a decir que, visto lo visto, los mejores son los que tienen corazón.


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