lunes, 4 de septiembre de 2017

El monstruo de Florencia, de Douglas Preston y Mario Spezi



Hay veces en que la realidad es suficiente para que uno lo pase mal. Veces en que espectros, recuerdos de otros mundos o visiones de un supuesto más allá se quedan en nada, empequeñecen, al compararse con hechos reales, con situaciones que han afectado a personas de carne y hueso. Se suele decir que la realidad supera la ficción, que los verdaderos monstruos no son entes etéreos o ectoplásmicos, y es cierto. Totalmente. En esas me encontraba yo, pegado a este libro, que se inmiscuyó en mi lista de lecturas pendientes casi sin esperarlo, haciendo que dejase de lado libros que hacía meses que esperaban su turno; hay ocasiones en que un libro aparece sin esperarlo y logra atraparte sin remedio, sea por lo que sea: estilo, argumento, planteamiento, etcétera. Pocas respuestas soy capaz de encontrar a semejante fenómeno, pero suele coincidir muy a menudo con esas lecturas que, por mucho que pasen los años, le quedan a uno grabadas a fuego en la memoria. 

El Monstruo de Florencia fue un asesino en serie, real como la vida misma, que aterrorizó a toda la Toscana entre los años 70 y 80 y cuya identidad sigue siendo un misterio. El modus operandi era siempre el mismo, y se aprovechaba de lo que durante años venía siendo una costumbre en todo el país: ya que los jóvenes italianos no se emancipaban hasta el matrimonio, muchas parejas solían coger el coche para ir al campo con tal de mantener relaciones. Esto había generado toda una red de mirones, así como de "mirones de mirones", quienes chantajeaban a quienes perdían el tiempo espiando a los jóvenes (ignoraremos con qué propósitos, si aún cabe alguna duda). Sin embargo, la cosa cambió cuando una de estas parejas fue hallada muerta en extrañas circunstancias; él, muerto en el interior del coche con un balazo en la cabeza; ella, arrastrada al exterior y con los genitales mutilados. 

La historia de este libro, sin embargo, no se remonta a tanto tiempo atrás. A principios del 2000, Douglas Preston, un escritor de novelas de misterio à la Dan Brown se trasladó a Florencia con el objetivo de escribir un libro que conectaba el misterio de la muerte de Masaccio, la inundación de 1966 y unos extraños asesinatos que el protagonista se vería obligado a resolver. Nada fuera de lo común, hay que decir. Sin embargo, durante el proceso de documentación Preston se cruzó con Mario Spezi, periodista que por pura casualidad se encontró inmerso en la investigación del caso del Monstruo. El escritor se dio cuenta de que tenía ante sus ojos algo mucho más interesante que otra novela de misterio más  y pronto ambos se enfrascaron en la redacción de un libro que relatase el proceso de la investigación desde la aparición de las primeras víctimas.

Por lo tanto, no estamos ante una novela, pero El monstruo de Florencia se lee como si lo fuera. La mano de Preston es precisamente lo que le da al relato la fuerza necesaria para lograr atrapar al lector y hacer que no suelte el libro en ningún momento. El señor domina el ritmo y los tiempos como el que más, y es imposible no dejar de leer capítulo tras capítulo; no porque haya un misterio por desvelar, no porque deseemos conocer la identidad del asesino, sino porque es tal su dominio de la narrativa que logra mantenernos en vilo con cada descripción, sea de las escenas del crimen como de los distintos personajes que se entrecruzan y se enfrentan a lo largo de esta suerte de crónica novelada. El ritmo es ágil y toma prestado el estilo más o menos cinematográfico que este tipo de autores (Brown, el mismo Preston) suele dominar a la perfección, y en este caso al libro le sienta como un guante.

Dividido en dos partes, El monstruo de Florencia flaquea severamente en la segunda. Este es quizá su mayor problema. Si en la primera se relata la historia de los crímenes desde la perspectiva de Spezi, la segunda trata la llegada de Preston a la ciudad del Arno, su relación con el periodista, los avances en la investigación y sus problemas con la justicia. Sabemos de antemano que no habrá más crímenes ni más escenas truculentas, que la identidad del Monstruo seguirá siendo un enigma, y que, al no sacarse nada en claro del asunto, todo lo que viene a continuación se va a sentir prescindible si lo que estamos esperando es emoción o suspense. Por supuesto, es interesante a la hora de conocer los entresijos de la justicia italiana, aparentemente dada a fantasear con conspiraciones, sociedades secretas y ritos satánicos, y lo frustrante que llegó a ser la gestión del caso para quienes, como Preston y Spezi, mantenían una visión del caso mucho más certera, realista y con los suficientes indicios como para recuperar el cauce de la investigación. Lo peor, de todos modos, es que se desprende de la atmósfera truculenta, oscura e incómoda del relato de los crímenes y eso acaba jugando en su contra.

¿Recomendable? Desde luego. Porque no es un libro de terror al uso, pero es bien capaz de poneros los pelos como escarpias. No hay en él nada de sobrenatural (aunque ciertos fiscales se obsesionasen en demasía con hipótesis que rayaban lo fantástico), pero Preston saca a relucir su buen hacer para que el lector esté siempre alerta, incómodo, pero a la vez enganchado al desarrollo de un relato tan macabro, indigesto y cuyas imágenes cuesta horrores sacar de la cabeza.  

Florencia quizá sea una de las ciudades más bellas de Europa, y durante siglos ha sido relacionada constantemente con el gran arte, artistas trascendentales y un estilo de vida caro, lujoso y acomodado; pero el mal siempre está ahí, y manchó de una manera horrenda la imagen de uno de los destinos más valorados por cualquiera con un mínimo de sensibilidad artística y estética. Aunque bien, no seré yo quien niegue los ríos de sangre que atravesaron la ciudad del Arno a lo largo de su historia; conspiraciones, choques entre familias y sus partidarios, linchamientos populares y alguna que otra puñalada por la espalda atestiguan que, en el fondo, lo humano es de una dualidad extrema, capaz de lo mejor y de lo peor, de lo excelso y lo espeluznante. 

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