domingo, 17 de septiembre de 2017

El bazar de los malos sueños (V): Bad Little Kid



Es un niño de barrio, estúpido, intrascendente, insoportable; te sigue con la mirada dondequiera que vayas, porque en su cabeza no hay otra cosa que el deseo, el impulso irrefrenable de hacerte pedazos, aunque sea emocionalmente, porque, como bien dicen, el mal siempre está ahí. ¿Quién no ha tenido alguna experiencia de este tipo en su niñez? Los años pasan, pero siempre recuerdas a aquel mequetrefe de ojillos insidiosos y sonrisa excesivamente torcida, que nunca viene a significar nada bueno.

Probablemente Stephen King no se librara de algún contacto con un muchacho irreverente de este tipo, e imagino que semejante experiencia debió activar o apretar el gatillo en su subconsciente para que este relato viese la luz. Bad Little Kid sí nos muestra la vertiente más clásica, si queremos decirlo así, del King más clásico; si hasta ahora ha habido relatos en que el componente terrorífico brillaba por su ausencia aunque esto no significase nada malo en absoluto, pues también brillaban la calidad literaria, la definición de los personajes y la profundidad con que unos temas trascendentales y reales como la vida misma eran tratados en unas pocas páginas, lo paranormal regresa aquí con una historia competente, regular, pero que de todas todas logra enganchar como la que más. Ya lo dijo King en una ocasión, que su literatura era el equivalente a una buena hamburguesa; buena, pero comida rápida al fin y al cabo.

No es que yo secunde esa afirmación, por mucho que fuese el mismo autor quien la pronunciase (creo que en un arrebato de sarcasmo más que de condescendencia), pero es verdad que existe algo de cierto en ello y más en relatos de este tipo. Bad Little Kid es la historia de un niño misterioso, que no envejece, que en cierto modo preconiza la muerte de personas cercanas al protagonista, quien enloquece a medida que se ve incapaz de parar los pies a aquel diablillo pelirrojo y de gorro con hélice siempre bien calado en su cabezota. Es el niño irritante, pesado y maltratador que todos conocemos llevado al extremo, convertido en una pesadilla que este buen hombre de Maine sabe exprimir hasta el punto de dejarnos un mal sabor de boca, por lo incómodo, por lo doloroso de la pérdida, por la impotencia ante la imposibilidad de acabar con él.

De lejos, uno de los enganches más tradicionales, menos arriesgados y más marca de la casa de la recopilación, y que, por eso mismo, se lee no solo del tirón (no tengo claro que eso sea algo necesariamente positivo, pero también juega a su favor), sino con un constante pálpito en el estómago cada vez que aquel mal bicho saca la cabeza en una esquina, o entre unos arbustos, o dondequiera que le dé la gana aparecer para echar por los suelos la vida de un desdichado protagonista que, al final, ofrece una de las escenas más catárticas que uno es capaz de recordar. Lástima que, como podáis imaginar, no acabe sirviendo de nada.

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