sábado, 11 de marzo de 2017

Conociendo a E.T.A. Hoffmann


Dilucidar quién puso la primera piedra en el desarrollo del terror en literatura es una tarea poco menos que gravosa, aunque afortunadamente gozamos de suficientes referencias como para esquematizar, aun por encima, la gestación del género. Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822) es una de esas piezas clave, una de esas referencias que de no haber existido impedirían que hablásemos del terror tal y como lo hacemos hoy en día. Escribí sobre él en la reseña dedicada a Los elixires del diablo, pero ya entonces me quedé con las ganas de sacar a la palestra aquello en que más sobresalía y donde más relucían sus virtudes, que son los relatos. En ellos el autor se permite ir más al grano, y es precisamente en esas historias donde uno entrevé uno de los primeros acercamientos al terror psicológico. Se suele considerar El castillo de Otranto (1764) la primera novela "gótica", pero el prusiano fue más allá de los cuentos de espectros para perfilar un tipo de horror que acabaría ejerciendo una influencia crucial en posteriores autores consagrados.

Cuando hablamos del venerado terror psicológico, uno de sus antecedentes más claros es este señor. No centra sus historias en la presencia de monstruos imposibles (algo hay, por supuesto, pero lo consideraría anecdótico) sino en la pérdida de cordura de sus personajes. Y de esa pérdida emergen todos los monstruos, espantajos y por supuesto situaciones capaces de encogernos el corazón por su crudeza.

Lo más interesante es que tampoco podemos reducir a Hoffmann al género como sí podríamos hacerlo (y aun así con reservas) con Lovecraft, Poe o tantos otros; estamos ante un tipo que tocó muchos campos y cuya trayectoria refleja en cierto modo el eclecticismo que marcó el siglo XIX en la cultura popular. Para muestra un botón: Si relacionáis el "Amadeus" de sus siglas con Mozart no andáis equivocados; este señor no solo era un melómano sino que su mayor sueño y ambición fue la música. Llegó a componer algunas piezas y sinfonías (aquí podéis escuchar una, y a partir de ahí, si os interesa, seguir indagando sobre esta faceta suya), aunque no logró destacar de la misma manera que sí hizo con su literatura. Según parece, su admiración por el niño prodigio de Salzburgo lo llevó a querer copiarlo sin dar rienda suelta a su personalidad, y el producto resultante no es que fuese malo, pero sí que carecía de algo más que lo hiciese trascender. Como curiosidad, Mozart murió cuando Hoffmann tenía unos quince años, así que probablemente fuese un ídolo de adolescencia. 

Siempre según quienes han tratado su persona, si su literatura despuntó fue porque jamás se la tomó como algo serio. Escribiendo, Hoffmann jugaba dando rienda suelta a su imaginación sin descanso, mezclando elementos, moldeando personajes estrambóticos y sacando a relucir lo más pintoresco de una personalidad que en absoluto podríamos considerar estable (sufría de alcoholismo, no tenía control alguno sobre su vida y perdió la cabeza con la desaparición de su gato, que precisamente dio título a su segunda y última novela, Opiniones del gato Murr, de hacia 1822; lo más curioso, teniendo esto en cuenta, es que ejerció de jurista hasta prácticamente sus últimos días).

Por esta razón os traigo algunas recomendaciones que, además, pueden servir de introducción a la obra de un autor que en ocasiones tiene fama de inaccesible, principalmente por la locura que es su primera novela. En realidad, sus relatos no son en absoluto complicados ni enrevesados; por supuesto, no escapaban de la hipérbole y el dramatismo exacerbado tan propio de la narrativa decimonónica, que en ocasiones puede llegar a saturar al lector acostumbrado a un ritmo distinto y propio de la literatura actual. De todos modos, nada de esto debería ser un problema.

Disfrutadlo, y no dejéis de darle una oportunidad.


El hombre de arena (1817)

Olimpia, ilustración de Veit Schmitt.
Un recuerdo de infancia grabado a fuego en la memoria, una visita que convierte aquella pesadilla oculta en el tiempo en una realidad, una amenaza que atenaza el corazón de un joven mordisqueando su cordura. Es difícil hablar de El hombre de arena sin destripar la historia e intentar mantener la sorpresa en el futuro lector. Basta con decir que probablemente sea el paradigma de lo hoffmanniano, y que pese a su corta duración pone sobre la mesa una amplia diversidad de temas que darían para varios ensayos (la relación afectiva con los autómatas, los terrores de infancia, el doppelgänger, etcétera) y que, de hecho, despertaron el interés de individuos como Freud y a día de hoy siguen siendo objeto de estudio.

¿Y por qué es paradigmático? Principalmente por ser una de las demostraciones más concisas de lo que es el terror en Hoffmann. Ese germen que se introduce en un entorno apacible, pervirtiéndolo progresivamente y sacando a relucir fantasmas personales de todo tipo, difuminando la línea que separa lo real de lo irreal, llevando a los personajes al límite, haciendo añicos su estabilidad mental. La imagen del protagonista bailando con una muñeca ante las miradas burlonas de los presentes ilustra a la perfección el sinsentido.

Poniéndonos algo más rigurosos, cabe señalar que el cuento original del hombre de arena forma parte del folclore alemán y, salvando las distancias, viene a ser una versión teutona del Ratoncito Pérez. A grandes rasgos, se trata de un personaje que echa arena a los ojos de los niños para ayudarlos a dormir (lo cual, ciertamente, carece de lógica aun en el contexto de un cuento). Curiosamente, Hoffmann le dio la vuelta a la tortilla presentando a ese Sandmann como un monstruo terrorífico, un coco, un boogeyman que arranca los ojos a los pequeños que a partir de determinada hora no están durmiendo. No puedo evitar compartir con vosotros una de sus descripciones:

Descripción de Coppelius/el hombre de arena.

En realidad, este hombre de arena no es ni siquiera el eje central del relato pero sí aquello que acaba articulando los temores y el desquicio de Nathanael, el joven protagonista; un terror de infancia que se convierte en la columna vertebral de todos los hechos acaecidos años después. Sin duda alguna, es el relato que recomendaría a cualquier interesado en la obra de Hoffmann, cuya esencia en mi opinión se reduce a Los elixires... y a este extraño cuento que sí, parece tocar temas de lo más variopintos, pero que terminan confluyendo en un final espléndido. Lo podéis leer aquí


El caldero de oro (1814)

Existe una frase hecha en inglés que quizá algunos conoceréis y que es the Devil is in the detail. Viene a decir que quizá algo se nos antoje simple o inocuo a primera vista, pero que observado en profundidad y con un poco de minuciosidad uno halla en él algo verdaderamente valioso; sin embargo, si la saco a colación en este momento no es por su significado sino porque entendida literalmente le va a este relato como anillo al dedo. 

El caldero de oro no es un relato de terror. Va más allá de lo siniestro y lo oscuro para tomar al lector de la mano e introducirlo en un mundo de fantasía tal que no en pocas ocasiones uno se ve superado por todo lo que ahí se le describe. En esta ocasión el protagonista vuelve a ser un estudiante, de nombre Anselmo, y que casi sin comerlo ni beberlo se encontrará atrapado en un torbellino de excentricidades, colores vivos, hadas, dragones y situaciones imposibles que lo llevarán al límite. Como digo, no es un cuento de miedo, pero sí hay ciertas cosillas que merece la pena remarcar y que son esenciales. Echándole un vistazo superficial puede parecer una verdadera locura... y sí, lo es. De hecho, Hoffmann se va por las ramas y acaba rompiendo con la siniestra aura de misterio de los primeros compases; y ahí, precisamente, está lo mejor. Ese es el demonio escondido en el detalle, el demonio que se te aparece por la espalda y de cuya visión a duras penas uno se puede librar.

Prácticamente toda la paranoia que traerá de cabeza al pobre de Anselmo tiene en su origen en unas palabras a priori incomprensibles que le dedica una vieja vendedora de manzanas, cual maldición gitana. La escena genera tal desconcierto que prácticamente todos los presentes detienen sus actividades y se sienten cohibidos por lo que acaban de ver. Eso truncará la hasta entonces feliz existencia del protagonista y marcará el primer paso hacia los despropósitos que se sucederán a partir de entonces. De nuevo, merece la pena reproducirlo tal cual: 

El encuentro con la vendedora de manzanas.

Quizá no sea el relato más interesante de Hoffmann; no alcanza la genialidad de El hombre de arena y en ocasiones es víctima del eclecticismo del autor, yéndose por derroteros que quizá nos parezcan demasiado fuera de lugar. Todo esto es cierto, pero incluso si acabáis abandonando la lectura antes de tiempo creo que algunas de sus escenas os quedarán para el recuerdo. Comprobadlo vosotros mismos.


Vampirismo (1821)

Cómo no, Hoffmann no dejó escapar la oportunidad de abordar  (y más de setenta años que Stoker) una de las temáticas que más entusiasmaron a los literatos del XIX. Antes de todo, debo admitir que no estoy muy puesto en la literatura vampírica, de modo que mi desconocimiento puede condicionar seriamente mi comentario sobre este relato. 

Puedo decir sin ambages que Vampirismo no me entusiasmó, pero he considerado adecuado meterlo aquí tanto por lo directo que es como porque el tema puede ser un atractivo para quienes se estén planteando dar una oportunidad al singular abogado de Konigsberg. Básicamente se trata de una de esas historias alrededor de una hoguera en que, habiendo sacado en este caso el tema de los chupasangres, uno de los presentes dice conocer una historia cierta, nada de habladurías superfluas, y que acabará helando la sangre a todos.

En esencia es un cuento muy ilustrativo de la época, sea en las formas, el desarrollo y el desenlace. Algo tiene, desde luego, y más teniendo en cuenta que es un habitual de las recopilaciones del género. Además, como curiosidad, el vampiro es en este caso una mujer y su actitud es bastante peculiar; no esperéis un ser sentimental en su acepción más ñoña, sino feroz, irracional, poseído por una sed de sangre irrefrenable.

Más allá de esto lo más interesante, quizá, sea cómo la relación entre dos personajes es el eje central de la historia, siendo en ocasiones bastante minimalista en los cambios que acaban corrompiendo la convivencia; la imagen de lo apacible degenerando progresivamente en lo enfermizo se me antoja clave en este caso, y no deja de ser un acercamiento ciertamente peculiar para el subgénero, aunque ya os digo que no tengáis demasiado en cuenta la opinión de este neófito en lo que a temática vampírica se refiere. Difícil decir más de un relato tan breve, que podéis leer siguiendo este enlace.


El huésped siniestro (1819) 


Para terminar, una reunión a oscuras. Una casa vieja, la tormenta y el granizo golpeando con violencia las ventanas y haciendo temblar los postigos. Un invitado con quien nadie cuenta y que por alguna razón, más allá de su extraño aspecto, hace que al resto de presentes les recorra un escalofrío de la cabeza a los pies. 

Aquí Hoffmann no sólo se saca de la manga una genial historia de fantasmas, sino que se permite dedicar varias líneas al terror, como concepto que aún entonces era objeto de debate. Es interesante leer cómo el autor relaciona el horror con el desconocimiento, con la imposibilidad de dilucidar de dónde vienen los tiros, cómo la Naturaleza juega un papel esencial en la concepción del miedo. Verdaderamente hay mucho que rascar en ese fragmento, así que lo dejo en vuestras manos y quizá más adelante le dedique una entrada en profundidad.

Más allá de esto, El huésped siniestro es un relato bastante clásico que, a mi parecer, despunta en la manera de tratar a los personajes, en especial el tipo que da título al cuento. Ese mismo huésped, cuya naturaleza podréis intuir fácilmente, no es en absoluto alguien plano, sino que en las líneas finales nos hará plantear serias dudas acerca de qué opinión tenemos acerca de su dramática y oscura persona. Quizá aquí lo horrendo se refleje más en una personalidad obsesiva, en la opresión resultante y en un dolor que trasciende el tiempo. Interesante, cuanto menos; no es de lo mejor del autor, pero para iniciarse no está nada mal.



2 comentarios:

  1. Muy interesante la entrada. Yo leí hace tiempo "El hombre de arena" pero no recuerdo más que algunas escenas porque lo leí en la universidad junto con el breve ensayo "Lo siniestro" de Sigmund Freud, el cual sinceramente me dejó bastante más huella que el relato de Hoffmann. No obstante, tengo ganas de leer algo de él, así que releeré "El hombre de arena" y seguro que me lanzo con alguno más.

    ¡Un saludo! ^^

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    1. ¡Muchas gracias por comentar!

      Me apunto el ensayo de Freud, definitivamente; tanto tiempo oyendo hablar de él y jamás decidiéndome a darle una oportunidad.

      Hoffmann es bastante peculiar, sin duda, y a veces no consigue calar hondo. Mi primera experiencia fue con "El caldero de oro" y tenía que dejarlo cada vez que al señor se le iba la olla; no solo se me hacía verdaderamente pesado sino que se marcaba párrafos interminables sin contar nada interesante.

      Aunque tenga fama de difícil y de enrevesada, yo te recomendaría "Los elixires del diablo", que si bien requiere de una predisposición importante está mucho mejor llevada, comedida en sus formas pero contundente en el contenido. Tiene sus cosillas, por supuesto, pero merece la pena.

      ¡Saludos! :)

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